El conjunto arquitectural del Quai de Branly ocupa 40 600 m². Cuatro edificios componen el museo diseñado por Jean Nouvel. La obra, proyecto personal de la presidencia de Jacques Chirac, pensada como herencia personal de su etapa de gobierno ha modificado un área importante del oeste parisina, muy cerca de la Torre Eiffel. El coste final del proyecto se estima en 233 millones de euros.
Un museo-puente entre jardines.
El edificio principal forma un puente entre sus dos secciones, con cinco niveles interiores. Flanqueado por dos jardines, uno a cada lado, los jardines están separados del exterior por un muro translucido. De esta manera se marca la continuidad de la manzana de casas integrando el edificio, al tiempo que hace de los jardines patios interiores.
Los jardines, que ocupan 18 000 m² , fueron diseñados por el arquitecto y paisajista Gilles Clément. En ellos hay pequeñas colinas, cascadas, estanques, senderos, y casi 200 árboles. Todo pensado para la meditación y la tranquilidad. A ello ayuda que el tráfico de la avenida no penetre en los jardines interiores. Una vez superamos las puertas de entrada la calma y un ambiente de ultramar nos invade rápidamente. Nada extraño ya que el museo nos propone un viaje a los otros lados del mundo.
Destaca también el edificio administrativo que está recubierto de plantas y que se ensambla con las construcciones hausmanianas del resto de la manzana.
El edificio de Jean Nouvel.
La estructura museística del edificio de Nouvel es rompedora e innovante. No tienen nada que ver con las propuestas del Louvre o de Orsay, donde el edificio es una obra de arte en sí mismo, y donde la arquitectura deforma las obras contenidas en el museo, que deben adaptarse a él. Tampoco es el caso del Centro Pompidou, donde los arquitectos buscaron espacios límpidos, donde lo diáfano deja todo el sitio, se retira en neutral para que las obras vanguardistas ocupen todo el territorio de exposición.
En cambio, la propuesta de Jean Nouvel crea un museo laberíntico, plástico, donde dominan las líneas curvas, las pasarelas que mezclan vistas y panorámicas, niveles. Un lugar donde ciertas barreras condicionan nuestra mirada y la dirigen, un museo con recovecos y secretos.
Todo esto se observa desde la entrada, con la larga rampa que va ascendiendo ligeramente para conducirnos a las salas de exposición. La penumbra nos avisa de nuestra entrada en un mundo diferente y al mismo tiempo nos obliga a participar. No es el museo donde podamos sentarnos en una sala y leer un libro, no es un museo donde podamos contemplar un solo cuadro, no. Es un museo diferente cuya disposición arquitectónica nos obliga a realizar un recorrido, como si de un rito de paso se tratará. No es una didáctica museológica ni mejor ni peor, es simplemente diferente, y se adapta perfectamente al contenido del museo.
Ciertas zonas del museo no están divididas, la ausencia de muros hace que nuestra visita y nuestra visión sean completamente diferentes. La luz, la penumbra que llega del exterior, esa separación es también una parte de la exposición. El gran espacio central, de gran altura, cuenta con superficies de exposición situadas por encima del gran espacio y a las que se accede por escaleras colgantes.
Luz y fachadas vivas.
La luz es determinante ya que, a diferencia de otros museos donde ésta es limpia y clara, en el Museo del Quai de Branly, la luz es colorida, cálida o fría, tenebrosa, oscura, mítica. La recreación del ambiente mediante las luces y la disposición de las salas es una parte de la exposición, de la recreación de obras que provienen de culturas humanas donde la visión del mundo es distinta.
Habrá quienes piensen que esta recreación de cosmovisiones eminentemente diferentes entre ellas mismas, tiene algo de espectáculo, de circo o de ridículo. No obstante, el proyecto contó con la opinión y supervisión de museólogos y antropólogos como Claude Levi Strauss, fallecido recientemente y antropólogo de reconocido y, sobre todo, merecido prestigio, lo que ya es una garantía.
Sin embargo, es la impresión que nos llevamos al visitar las salas, la que debe ser la respuesta final. Y ahí serán ustedes los jueces últimos.
Nosotros destacaríamos el hecho de que por fin, un museo que habla de culturas distintas, aparentemente distintas, las coloca al mismo nivel que el de las personas que las visitan. Las explicaciones, la luz, y la música, nos introducen dentro del rito, dentro de la época, pero con la seriedad y el espíritu critico necesario para conocer, valorar, comprender y formarse seria. Los didgeridoos y las pinturas mágicas de los aborígenes australianos no están tan lejos del folklore, de los mitos, las supersticiones, las creencias de España o Francia. No dejamos, todos, de ser aborígenes, franceses, españoles o mexicanos…
Por ©Iñigo Pedrueza.