La encantadora ciudad de Arles, (pronúnciese Árl) situada a orillas del río Ródano, en Provenza, alcanzó su auge entre los años 49 y 46 a.C., cuando un triunfante Julio César conquistó y expolió la cercana ciudad de Marsella. Pronto se convirtió en el eje central del comercio de la región y en un importante centro provincial romano con enormes espacios públicos que todavía hoy se utilizan.
Destaca el anfiteatro Les Arènes, una enorme construcción romana de finales del siglo I d.C. Decenas de miles de hombres y animales fueron sacrificados en nombre de uno de los pasatiempos más nobles: el deporte. En este anfiteatro, se representaban carreras de carros y luchas cuerpo a cuerpo en las que la matanza final era más aplaudida que la táctica utilizada.
El anfiteatro, que se convirtió luego en un fuerte y, más tarde, en un área residencial, en la actualidad vuelve a llenarse de gente, atraída por las corridas de toros. Otra reliquia de los romanos en la ciudad es el Teatro Antiguo, el escenario ideal para los festivales de danza, música y cine al aire libre del verano.
Vincent Van Gogh se instaló en la localidad a finales del siglo XIX, donde creó cientos de dibujos y pinturas. En los calurosos días de verano, se puede ver el calor evaporándose sobre las llanuras; los olivos y los viñedos, que figuran en varias de sus obras, todavía cubren las colinas de piedra caliza de los alrededores.
Arles también es conocida por sus casas con impresionantes techos con tejas de color rojo y sus callejones sombríos, tan estrechos que prácticamente hay que atravesarlos de lado. El centro de Arles es un lugar relajado, con plazas íntimas, brasseries con terrazas perfectas para sorber pastís (licor anisado) y hombres con bigote engominado jugando a la petanca.