Si la Exposición Universal de 1889 produjo la Torre Eiffel, la exposición de 1900 producirá el Grand Palais (y el Petit Palais también). Este majestuoso edificio fue la obra maestra de está exposición, la última del siglo XIX. En una época donde las grandes exposiciones eran una muestra del poderío industrial de la vieja Europa (el reino Unido, Francia y la poderosa nueva Alemania) y de las nuevas pujanzas trasatlánticas (EEUU e incluso Japón), los mejores arquitectos intentaban innovar y sobre todo impresionar. Y contaban con el beneplácito de los políticos.
Gran Bretaña, pionera sin duda de esta arquitectura, había construido muchos edificios con las nuevas técnicas que introducían el acero y el vidrio. La gran ventaja de esta técnica era que permitía ahorro y utilitarismo. La estación de Brighton de 1840 o el desgraciado Cristal Palace de la Exposición Universal de 1851, – uno de los primeros edificios que utilizó estas técnicas a gran escala -, dan muestras del genio civil de los ingenieros y arquitectos del XIX.
En Francia el éxito final que obtuvo la Torre Eiffel, favoreció la construcción de los edificios de estructura metálica, edificios que aún conservando fachadas eclécticamente clásicas o modernistas, se basaban en las ventajas del acero. Gracias a estructuras muy resistentes y maleables, la fuerza del acero permitió dar vuelo, altura y amplitud a los techos y cubiertas. Además la gracilidad del hierro forjado permite eliminar gran parte del vigor de los muros y aligerar las cubiertas. Con ello la luz penetra sin freno en estos inmensos espacios como en la espectacular cubierta del Grand Palais en plenos Campos Elíseos parisinos.
Edificio del Grand Palais.
En principio las exposiciones se celebraban cada 11 años en la capital de Francia. Los edificios estaban pensados como muestras, no como construcciones destinadas a durar. La aparente fragilidad del metal y la vanguardista forma no se concebían en la duración, algo intrínsecamente ligado aún a la piedra y al peso macizo de los palacios y las torres. Sin embargo, la revolución hausmaniana había demolido una gran parte de la capital y la había reedificado al gusto y a las necesidades del siglo XIX, donde la burguesía y la utilidad eran claves, aún sin desbancar completamente al barroquismo de la riqueza.
En ese contexto de modernidad clásica, de industria y maquinismo, donde las novelas de Jules Verne causaban furor, los gráciles edificios metálicos comenzarán a permanecer. La Torre Eiffel no será demolida, a pesar de sus detractores, y el Grand Palais será ya pensado para durar, para permanecer.
Estos grandes monumentos se construirán todos en la zona oeste de la capital, en torno a la perspectiva que forman los Campos Elíseos desde el Museo del Louvre hasta el Arco del Triunfo. El Trocadero, el Campo de Marte, Invalides, espacios amplios y aún sin urbanizar eran lugares adecuados y espectaculares para el espectáculo de las Exposiciones Universales. Grandes espacios para mostrar el poderío de los Imperios coloniales británico y francés, de la última frontera norteamericana o de la Prusia germanizada. En una época donde la televisión no existe y aún el analfabetismo es importante no podemos obviar la importancia de esta gran feria universal que atrajo en 1900 a más de 50 millones de visitantes. Exposiciones que también son batallas simbólicas en un mundo fabril donde, como hoy, hay que producir y vender cada vez más. Precedentes pacíficos y simbólicos de las masacres de la Somme, de Verdun o Ypres, las exposiciones universales son uno de los preludios técnicos y propagandísticos de la I Guerra Mundial.
La construcción
El Grand Palais se construye en el espacio dejado por otro monumento de las Exposiciones Universales, el Palacio de la Industria, construido en 1855. Este edificio intentó superar al Cristal Palace antes citado, con ocasión de la primera muestra universal celebrada en París. Pero en 1900 se quería superar aquella obra y por tanto se decidió substituirla por otra mayor y más espectacular.
La primera idea del edificio que se construiría era destacar la proeza arquitectural, la aplicación práctica y al tiempo artística del saber decimonónico. El gobierno francés buscaba mostrar la unión de progreso y tradición, de arte y técnica. Así el edificio, pensado como palacio de Bellas Artes, uniría los Campos Elíseos con los Inválidos rellenando un vacío y dando otra imagen al oeste parisino.
Un concurso público se abre y las candidaturas y proyectos comienzan a llegar en 1894. El futuro Grand Palais pertenecerá al Estado tras la Exposición y en él se celebrarán exposiciones anuales. El Petit Palais situado frente a él se convertirá en Museo de Bellas Artes de la ciudad de París.
El Grand Palais está constituido por la gran nave, el Palais de la Decouverte y las Galerías nacionales. La gran nave fue pensada para dar grandiosidad a la construcción y para las futuras necesidades del edificio. Esa amplitud necesaria para la celebración de las grandes exposiciones y los conciertos obligarán al proyecto a basarse en una nave única y abierta sostenida por pilares y una bóveda de acero, ligera y resistente. Finalmente varios proyectos son reunidos y la construcción se encarga a varios arquitectos que se ocuparán cada uno de una parte. La parte principal que da a la actual avenida Winston-Churchill será construida por Henri Deglane. Albert Louvet se encargará de la zona intermedia con el salón de gala. Finalmente, la parte posterior que da a la avenida Franklin-D.-Roosevelt es encargada a Albert Thomas. Como coordinador de la construcción trabajará Charles Girault que además construirá el Petit Palais.
La obra se terminará a tiempo, en sólo tres años, lo cual es muy poco si tenemos en cuenta el tamaño de la obra. El resultado espectacular ya que como en otros edificios parisinos, mezcla tres elementos muy distintos, el acero y el vidrio por un lado, y la piedra en la fachada por otro.
Por un problema de resistencia del suelo, la construcción de los cimientos, el edificio reposa sobre un bosque de pilares, como un palafito, las obras se retrasaron 8 meses ya desde el comienzo. Después se construyen las fachadas. 17 mil m2 de piedra y 2 millones de ladrillos son necesarios solamente para la fachada que da a la actual avenida Winston-Churchill.
Un edifico inmenso.
El centro del edificio está conforma la gran nave central, la cubierta vidriada más grande de Europa. Obra maestra de la ingeniería del XIX la nave cubre 13.500 m2 bajo su bóveda. Con 200 metros de largo y 45 de altura en la cúpula, es un inmenso espacio abierto que permite albergar antaño y hoy en día exposiciones que no cabrían en ningún otro edificio de la capital francesa.
La gran nave sigue sorprendiendo por su ligereza y solidez, y en un día claro de primavera por su claridad. El dominio del acero muestra su esplendor y apogeo, combinado con la protección de la piedra que recubre y da, aparente solidez, al armazón metálico. Desde fuera sólo se aprecia la cubierta abovedada ya que los muros modernistas esconden la pericia de los arquitectos. Tendrá que ser desde el interior desde donde se aprecie la fuerza frágil de los pilares de acero.
Posteriormente, una parte del Palacio fue adaptada para albergar el Palacio de la Decouverte y las Galerías Nacionales, dónde hoy tienen lugar exposiciones destacadas. Como colofón, la fachada se decorará con obras de más de 40 artistas contemporáneos. Esculturas, friso, relieves y coronándolo todo está declaración: « Ce monument a été consacré par la République à la gloire de l’art français », La República consagra este monumento a la gloria del arte francés.
Para recuperar el retraso se utilizó compleja maquinaria, muy moderna para la época, como grúas a vapor, por ejemplo y, evidentemente, masas humanas. 15.000 obreros trabajarán en la obra, obreros que no dudarán en utilizar la huelga para obtener mejoras salariales. La lucha de clases existía como ahora, solo que en la época se ponía de manifiesto con mayor claridad.
Finalmente la obra se termina en los plazos y junto al Petit Palais y al puente Alejandro III que une el conjunto con la otra orilla del Sena y los Inválidos, el conjunto muestra el apogeo francés a finales de aquel siglo XIX, ya tan lejano para nosotros.
Numerosas exposiciones y salones llenarán desde 1900 los inmensos vacíos. Algunas polémicas, como durante el Salón d’automme de 1905, cuanto el arte fauvista de Braque, Matisse o Derain agitó las mentes bienpensantes de la época con sus colores “salvajes” sin matiz y sus formas difuminadas o distorsionadas. Las vanguardias comenzaban a aparecer, pronto el cubismo y el expresionismo agitarían aún más a la conservadora Europa.
Y hoy, aún, esa mezcla de modernismo y clasicismo, de alta tecnología y elegancia está en pie y se utiliza para múltiples y grandiosas exposiciones. Hoy sin embargo, el arte, el polémico, el revolucionario, el vanguardista, sirve e reclamo turístico y ya no, al menos por ahora ni causa polémica, ni agita las mentes bien pensantes de nuestra Europa.