Historia de Francia 6 – El siglo XXI (2001 – …)
En abril de 2002, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales con mayor abstención de los 44 años de la V República, el líder del ultraderechista Frente Nacional, Jean Marie Le Pen, provoca un shock en la sociedad francesa al conseguir quedar en el segundo puesto con el 17,02% de los votos. Ello significaba que en la segunda y definida vuelta el candidato del Partido Socialista, Lionel Jospin, quedaba fuera. La reelección de Chirac era evidente y todo el debate político se anulaba. Jospin y todos los demás partidos llamar a votar por Chirac. En la segunda vuelta de mayo, Chirac obtuvo el 82% de los votos y Le Pen mantuvo su 17%. Muchos líderes políticos del mundo manifestaron su “alivio” por el resultado, pero la legitimidad de Chirac de la UMP quedaba en entredicho al ganar por descarte y no por elección programática.
Este hecho de alguna manera marca el comienzo del siglo XXI en Francia. La tensión social que se observa en muchos países del primer mundo se dirige dentro de la democracia hacia partidos y opiniones claramente antidemocráticas, si bien, en los últimos años el Frente Nacional evita conscientemente los discursos explícitamente xenófobos para evitar a la Justicia.
Necesitaríamos muchas páginas para explicar los porqués del ascenso de estos movimientos que, son paralelos al auge de ciertos movimientos fundamentalistas religiosos o identitarios. No es el lugar. Con todo, queremos subrayar que la causa es mucho más económica que étnica, religiosa o ideológica. La pobreza no existe en Francia, al menos no al nivel de los países realmente pobres. Ello no significa que no existan problemas y necesidades, pero muchas veces éstas se sitúan a otros niveles. La publicidad y la forma de vivir incitan a un consumismo creciente que es difícilmente asumible por todos los bolsillos, más por los humildes. Se observa, además, que los fundamentos igualitarios de la democracia, las promesas de vida mejor gracias al trabajo, el esfuerzo y la capacitación no se cumplen sistemáticamente en Francia ni en ninguna parte. De hecho, a menudo no se cumplen en absoluto. Y más aún, apenas se cumplen si se pertenece a una clase social o se tiene un cierto origen. Si a eso unimos la crisis económica, o la simple imposibilidad de contentar todos los deseos, la xenofobia y la religión se convierten en armas identitárias y arrojadizas.
Francia no posee conflictos étnicos, ni nacionalismos periféricos reseñables. El Estado, con la escuela y el resto de instituciones ha creado una Francia más ecuánime que los modelos multiculturales de Holanda, Gran Bretaña o Canadá. No es una cuestión de identidad o pertenencia. El problema está en otra parte ya que los hijos de congoleños o marroquíes son franceses, simplemente franceses y no quieren que nadie se lo conceda. Marc Bloch, el historiador y fundador de los Anales se negó, en 1940, a tener que demostrar su calidad de francés por el hecho de que sus padres fuesen de religión judía. Hoy Hind o Djibril, reclaman lo mismo.
Cierto es que algunos de sus compatriotas no están dispuestos a reconocerse diversos, pero la mayoría de los que apoyan opciones extremistas lo hacen para justificar su propio fracaso vital, como excusa que les permita encontrar un chivo expiatorio. O lo que es lo mismo, impelidos por presiones económicas que no pueden controlar y que les desvían de sus intereses. La masificación de personas con problemas en los peores barrios de la ciudades no favorece precisamente la integración social y económica. Por ello, los radicales y los fundamentalistas todo lo basan en el color de la piel y la religión, que pueden coincidir con la exclusión, cuando en realidad estamos hablando de problemas económicos y sociales. La apariencia es el origen o la religión, la realidad es el paro, las drogas, la delincuencia, la ignorancia, la falta de cultura y opciones, la pobreza relativa.
Los políticos han caído en el electoralismo y la inmediatez ampliando el problema al destacar las cuestiones de inseguridad, inmigración y religión, con total falta de discernimiento y absoluta hipocresía. El ejemplo más apurado es el actual Presidente Nicolas Sarkozy, pero no sólo él, ya que le candidata del partido socialista Ségolène Royal, jugó en 2007, parecidas cartas.
La llegada al gobierno de Nicolas Sarkozy se realizó sobre la base del cambio, de la reforma con mayúsculas pero sin programa serio. Los mandatos de Jacques Chirac se vieron como una continuidad del periodo de Mitterrand, aunque pertenecieran a partidos opuestos. Recordemos la firme oposición francesa a la justificación de la invasión de Irak en base a falsos informes sobre las armas de destrucción masiva. Las relaciones entre los Estados Unidos y Francia no eran buenas. Recordemos el discurso del Primer Ministro Dominique de Villepin en la ONU que galvanizó a la opinión pública francesa y mundial, rememorando la oposición de De Gaulle y Mitterrand a la hegemonía Norteamérica. Por ello Sarkozy aparece como el hombre liberal que va a cambiar la orientación continental francesa hacia un liberalismo atlántico. Nada más lejos de la realidad, pues Sarkozy ha gastado su primera legislatura entre bandazos a izquierda y derecha. Guiños al electorado del Frente Nacional y apertura de su gobierno hacia la izquierda, regalos fiscales a las grandes fortunas y retirada de leyes antisociales bajo la presión de las manifestaciones y la contestación.
Las elecciones de 2010 se presentan abiertas por la gran división existente en la izquierda y la derecha, el auge de los ecologistas y el mantenimiento de un voto nihilista de rechazo que cataliza el Frente Nacional. La confirmación de la candidatura de Nicolas Hulot, conocido y respetado ecologista añade un poco más de incertidumbre a unas presidenciales que serán capitales para marcar el destino de Francia y de la Unión Europea, ella también, falta de dirección e impulso.
La victoria del socialista François Hollande marca un periodo de esperanza en Francia. Su programa hace frente a las políticas de recorte y de reducción de los servicios y derechos sociales. Sin embargo en 2014, su gobierno ha cambiado de rumbo y acepta las mismas disposiciones que criticaba en la oposición. La crisis sin ser tan fuerte como en otros países europeos afecta sobre todo a la moral y la percepción de la situación. Muchos franceses dan su apoyo a las ideas extremistas del Frente Nacional en las municipales y europeas de 2014. Las elecciones presidenciales de 2015 acechan con su incertidumbre.
Esperemos pues, que, gane quien gane comprenda, que los problemas de Francia,son los viejos problemas del mundo, el decalage entre los deseos infinitos de los humanos y los límites de la sociedad, la economía, los recursos. Un reparto más justo de los trabajos y los disfrutes se impone, en Francia y en el mundo. Un reparto en el que todos deberemos ceder algo para compartir el resto.
Por Harro d’Aguafría y Alexander Paraskinnen.