David Lynch es uno de los cineastas más introvertidos y particulares de los últimos 30 años. Esta aseveración, completa el universo de un autor que ha pasado, y pasa, de lo magistral a lo absurdo. Un talento que a veces se ha perdido en las adulaciones ciegas, de la cohorte de raros que hacen de su rareza la base de la distinción. Lynch se ha caracterizado por abrir los espacios oníricos y por reflexionar sobre lo imposible. Mundos paralelos, fetichismos inconfesables y violencia desatada se encuentran al píe de nuestras vidas, pero jamás atravesamos la puerta abierta. La contemplamos desde lejos, y ello hace que nos fascine el universo, los universos, que crea y no explica David Lynch. No comprendemos casi nada, pero aún así nos anonada y nos perturba. Y cuando creemos comprenderlo todo, una vuelta de tuerca más hace imposible cualquier atisbo de explicación.
Entre sus virtudes haber descubierto y explotado al máximo a una serie de actores que nunca han conseguido brillar más de lo que Lynch ha conseguido. Personajes épicos como Joseph Carey Merrick (John Hurt) en El Hombre elefante, Paul Atreides en Dune, Jeffrey Beaumont en Blue Veltet, o el Agente Cooper en Twin Peaks, -siempre Kyle MacLachlan-, o Betty y Rita (Naomi Watts y Laura Elena Harring) en Mulholland Drive, se confunden y obnibulan sin ser muy capaces de discernir la realidad de la fantasía y el deseo. Finales trágicos, o normalmente, finales felices que nos llenan de pavor. Son muchos los críticos que han afirmado, que en las películas de Lynch el mayor horror se encuentra en la normalidad de la vida, en lo que esa normalidad oculta tras la esquina, en la habitación de a lado, o en mitad del césped. La cara oscura de humanidad, el terror más profundo y absoluto, que mata sólo de contemplarlo, como en los relatos de Lovecraft.
David Lynch en un Andy Warhol moderno, que vive dentro de un sociedad maligna que comprende bien, pero a la que no se enfrenta. Como muchos, y aquí no hay crítica, escoge salidas tangenciales que le permiten esquivar los recovecos más sórdidos, para sólo delinearlos en su mente y sus realizaciones. Con todo, como la mayoría de los genios, en un momento Lynch no ha sido capaz de dirigir su carrera. Tras las absolutamente geniales Lost Highway y, la citada Mulholland Drive, nos ha aterrado con el aburrimiento y la estulticia de Inland Empire, sólo aplaudida vivamente por los fanáticos del personaje, que Lynch a construido consigo mismo. Junto a esa fallida película, sus últimos escarceos musicales y artísticos continúan dejándonos fríos. Música distorsionada y arrítmica, conjuntos de notas suelas, ruido sincopado sin ningún contenido y vacío del juego de opuestos, de las posibilidades que la mayoría de sus filmes han provocado.
Esta deriva errada nos hace rememorar con nostalgia escenas y personajes, y sobre todo, su capacidad para contener nuestra mirada y hacer fluir nuestros sentimientos. Escenas como la apoteósica, clave e inexplicable escena del club silencio en Mulholland Drive, donde la cantante Rebekah del Río canta a capella una versión del Crying de Roy Orbinson (ver video al final del artículo).
Silencio.
El imaginario club donde los universos paralelos se tocan y confunden, donde las personas mutan, se transforman y las más valientes cruzan la línea… ha servido a David Lynch para crear en París un club privado homónimo. Lynch que ahora diseña muebles, – junto a la marca Domeau & Peres ha creado la serie de sillas y butacas Wire-, e interiores ha creado un club privado que destaca por su arquitectura abovedada. Los techos circulares están recubiertos de madera dorada. Los Ateliers Gohard, el diseñador Raphael Navot, la agencia de arquitectura Enia y especialista en iluminación Thierry Dreyfus han colaborado con el cineasta norteamericano, que no ha ahorrado con tal de conseguir el efecto buscado.
Silencio ocupa 2100 metros cuadrados que forman un glosario de espacios íntimos y diversos, cada uno proyectado para una función diferente. El centro es el bar, que sirve de acceso a la pista de bailes, la librería, las salas de descanso, la sala de fumadores y el pequeño cine de 24 plazas.
Abierto desde octubre la idea de Lynch es crear un club con personas asiduas, pertenecientes al mundo de las artes parisinas e internacionales. Este espacio privado está pensado para albergar salas de cine, exposiciones, conciertos privados, una librería y una pista de baile. Los miembros del club podrán utilizarlo de forma exclusiva entre las 6 de la tarde a 6 de la mañana. Tendrán acceso a las singulares exposiciones y a conciertos privados. El club se abrió en octubre de 2011 y ya han tocado en el Silencio: : The Kills, Au Revoir Simone, Kitty, Daisy & Lewis, Gary Clark Jr., Lykke Li (27); su última musa, la cantante Chrysta Bell y el propio David Lynch con su grupo David Lynch’s “Crazy Clown Time”.
El lujo absoluto que inunda el club se plasma de manera particular, como no podía ser de otra forma en la pequeña sala de cine. Las butacas han sido fabricadas por la marca Quinette, e incorporan todas las ventajas de la ergonomía más avanzada. Ligeramente inclinadas permiten un visionado especialmente cómodo, amplias, con reposapiés y mesa lateral con lámpara y cenicero.
Situado en el centro histórico de la capital gala, el Club Silencio quiere retomar el testigo de otros clubs privados de renombre internacional como el Cabaret Voltaire de los dadaístas en Zurich o el cinematográfico y newyorkino Studio 54. Silencio es un espacio con mucho encanto que se postula como centro de creación y de puesta en común del arte en París.
Habrá que esperar para ver si la exclusividad con la que Lynch ha imaginado el club funciona a nivel comercial y artístico o Silencio se convierte en un refugío de sibaritas y nihilistas de postín. El problema es que su privacidad reduce los contactos a la minoría elitista y endogámica que dirige las manijas del arte actual. Lynch tal vez sea la excepción excéntrica que confirma el mainstream más comercial y plano. O puede que Lynch haya ocultado puertas a otras dimensiones y Silencio se transforme en un impresionante griterío de mundos y sensaciones…
Les dejamos la escena clave de la película Mulholland Drive de David Lynch y el Club Silencio original. Se trata de una escena clave, que desvela mucho de la intriga, por lo que no se la recomendamos si no la han visto.
Club Silencio ~ Mulholland Dr. (2001)
Informaciones prácticas:
142 rue Montmartre, muy cerca del Metro Grands Boulevards, en el centro de París.
El club Silencio funciona como club privado donde la aceptación depende de la dirección del establecimiento. Es necesario presentar su candidatura y en caso de aceptación, se paga un abono anual que va de los 700 a los 1500 euros anuales.
La otra opción para entrar es ser invitado por un miembro.